Retornar a la familia

Una convivencia 24 horas al día, 7 días a la semana, sin descanso. Todos los miembros de la familia juntos, todo el tiempo y en el mismo espacio.

¿Para cuántas personas volver a la familia y vivir esto es bueno? ¿Para cuántas vivir esto es un simple infierno?

Por lo que he escuchado y vivido, para aquellas personas para quienes su familia es deliciosa, esta experiencia ha sido fácil y la han disfrutado. Sin embargo, no era necesaria para estar juntos, lo promovían y lo hacían en natural. Y no podemos desconocer, estamos frente a un riesgo: el hastío. Todo en exceso cansa y pierde su atractivo.

La prueba dura está siendo para el otro grupo… para quienes la vivencia en familia resuena más como un grito de auxilio. Especialmente porque la decisión de encerramos en familia fue obligada, repentina y no tuvimos tiempo de prepararnos.

La prueba también está siendo retadora para quienes viven solos, para quienes comienzan a darse cuenta de que a veces no es suficiente alimentarse del amor que se encuentra afuera, que a veces es necesario el amor que se encuentra con solo estirar la mano o “abrir los ojos”.

¿Cuál podría ser el beneficio de esta experiencia? ¿Qué personas nos entregará esta realidad?

Vivamos esta reflexión con el símil de la cebolla blanca: capa por capa hasta que lleguemos a la esencia. Para hacer la reflexión más didáctica voy a asumir la voz de los que en este artículo no tienen voz.

Primera capa: Un retorno obligado.

Siempre que estamos obligados a algo que no queremos y se generan resultados emocionales negativos, buscamos a quién echarle la culpa, fortalecemos la actitud de víctima: quejas, excusas y justificaciones, manifestadas en frases como: “mis reacciones son culpa de la cuarentena, culpa del encierro, culpa de la angustia, culpa tuya…”. Así aprendimos a evadir la responsabilidad.

Ha habido momentos, casi para todos, en que estamos que explotamos con lo que sentimos frente al otro (hastío, cansancio e impotencia) y nos volteamos, damos la espalda porque queremos huir… pero no podemos, las puertas están cerradas. La víctima está encerrada, no solo en cuatro paredes, también en sí misma.

La víctima, con su manera particular de buscar quién le solucione, mira al frente, mira atrás, mira arriba, mira abajo, esperando encontrar la respuesta de lo que hay que hacer. Como siempre, espera hallar afuera lo que no tiene adentro. En esta situación particular, anhela encontrar (tranquilidad, serenidad y felicidad), y le toca resignarse con lo que encontró en sí mismo (indiferencia, inconformismo, miedo y ansiedad).

Y la persona con actitud de víctima, entra en un círculo viciosos que refuerza con la frase, la ropa sucia se lava en casa y yo adiciono con el jabón de siempre… desconociendo que “la práctica fortalece el hábito”.

Esas reacciones, desde lo que hemos venido siendo, desde lo que tenemos programado en nosotros, que hoy no tenemos como desvanecer en el mundo de las distracciones, se traducen en reacciones de desespero, de falta de control propio, a veces en violencia.

Ante esto me provoca gritar: ¡Basta! Tenemos que romper el círculo vicioso, no tenemos que seguir siendo lo que hemos venido siendo. Podemos apagar el piloto automático. Podemos elegir.

Llegó la hora de darnos cuenta de que tenemos otra posibilidad: mirar adentro, a nuestro mundo interior, al origen de todos nuestros actos. Llegó la hora de despertar la conciencia para reconocer nuestro SER, controlarlo, gestionarlo y realizarlo.

Llegó la hora de generar un hábito de reflexión: Preguntarnos después de cada acto: ¿Qué ser estoy reforzando con este acto? ¿Este es el SER que quiero SER? ¿PARA QUÉ?

MartaOlga, me preguntarán algunos, ¿la víctima se ha desvanecido o fortalecido con el reencuentro de la familia?

Te invito a que las cifras te den la respuesta: busca el porcentaje de aumento de la violencia intrafamiliar en Colombia y el porcentaje de aumento en divorcios.

¿Qué tenemos que hacer para asegurar que retornar a la familia genere un impacto emocional positivo?

Segunda capa de la cebolla: ¿Qué papel estoy jugando?

Las personas de la familia ya no estamos jugando el rol al que estábamos acostumbrados.

Si: Para los niños fue rico que su mamá estuviera en casa, la primera semana, hasta que se dieron cuenta que ya no era la misma de antes. Su mamá ya no era su mamá, era una mujer multitarea: señora de oficios varios, chef, profesora, trabajadora, siquiatra, recreacionista y malabarista. Participa en la reunión del equipo directivo o contesta el teléfono como recepcionista mientras da tetero.

Y su papá ya no es el ser que cree en la magia: que siempre que llega en la noche, ve la casa ordenada, limpia y todo preparado… ¡La magia no existe! Detrás de los resultados hay alguien que actúa. Llegó la hora de ser parte de este equipo, aunque no esté entrenado.

Y mi hijo pequeño, ya no es mi hijo, es mi alumno… y además la sirena que todo el día suena “mami juguemos…” “Ya no tienes tiempo para mí…”

Y mi hijo adolescente, ya no es esa figura que me desespera, porque no quiere hablar, que vive encerrado en su cuarto. Es que ya no tiene alternativa, ya no tiene de qué hablar y solo tiene su cuarto. Ya perdió valor la cantaleta de que “todo el día estás conectado a un computador” Yo también. Y no tenemos alternativa… Y lo peor, la pantalla dejó de ser su pasatiempo y pasó a ser el único contacto con la realidad, ante todo con aquella que es una obligación: estudio y trabajo.

Y nace un nuevo rol en la familia: el de pararrayos.

Yo no sé si te has dado cuenta de que escuchas (sin querer) las conversaciones del novio, del trabajador, del jefe, del amigo; las conversaciones del negocio, de la junta, del que se está defendiendo, del que está atacando, opinando, juzgando; del que pide consejos, del que está aburrido, del que tiene miedo. Y sin darte cuenta, te contagias de todas esas emociones, como si estuvieras viviendo en una montaña rusa, todos los días, sin parar.

Y en esta convivencia de familia, nos están exigiendo productividad laboral. Nos están pidiendo concentración y productividad. Y nos la estamos exigiendo a nosotros mismos, y tenemos que darla, porque sentimos miedo de la situación económica y porque además debemos estar agradecidos, tenemos trabajo.

Estamos experimentado un cansancio distinto, sin espacio para ir a descansar. Y emocionalmente estamos desgastados. Y nos hacen reuniones para que digamos cómo estamos… ¿será que podemos ser honestos? ¡Qué miedo!, ¿dónde piensen que no estamos dando la talla? Mejor decir que estamos felices con el trabajo en casa….

Por todo lo anterior, pienso que la ganancia de volver a la familia debería ser repensar la familia y rescatar su aporte. Esta reflexión tiene que ser la que inspire la decisión de si el trabajo ideal para el futuro es el home office.

Si tú, como yo, crees que la familia es importante, promovamos una reflexión con personas de empresas, para que entre todos la ¡dejemos ser! Esto no puede ser una verdad que se imponga, pero la podemos respetar cuando sea una opción de vida.

A pesar de todas estas reflexiones, que se me activan –y me encantan– cuando escucho “volver a la familia”, siento una permanente duda, ¿será que yo escuché mal? Será que lo que querían decir es: El aporte de la cuarentena serán los beneficios infinitos de volver a la casa… volver al hogar -como lugar físico–.